Atmósferas coloreadas, espacios ilimitados, el soplo cósmico. En Athmochròmiæ, las imágenes están
dominadas por una mirada extraordinaria, capaz de tomar formas invisibles desde
una percepción distraída. Es un ojo poético que descubre colores, lugares, y
sonidos, que de otro modo, permanecerían sin ser escuchados.
En sus fotografías, Massimiliano Lattanzi interpela la
interioridad del individuo. Una interioridad que cada uno entre nosotros proyecta,
inconscientemente, sobre el mundo que nos rodea. Es así como, súbitamente, los
cielos dejan de ser ellos mismos: los matices de las nubes, la refracción de
los rayos de luz, los abismos profundos de la sombra, o aun, los reflejos
cegadores del sol, son inmediatamente transfigurados; pierden referencia con la
dimensión material y se convierten en una abstracción pura. Una abstracción que
nos aleja de las entidades físicas, para luego devolvernos a ellas con una
conciencia renovada.
Tenemos casi la sensación de ver en movimiento estas nubes, de
verlas cambiar, lentamente, delante de nuestros ojos. Es un universo en
descomposición, una metamorfosis incesante que transforma el objeto empírico en
una mezcla de emociones contradictorias. Poco a poco, el ojo se pierde en las
atmósferas creadas por el artista y lo que se está mirando se vuelve irreal,
indefinible, dominado por un silencio profundo e interior. A veces inmenso —
casi comparable a la majestuosidad de Michelangelo —, a veces más íntimo
y privado, este ‘no espacio’ permite fluctuar, ligeros y serenos; incita a
perderse en las profundidades más sombrías de un horizonte a veces tumultuoso,
pero jamás amenazador.
Para llegar a esto, el artista se eclipsa en la sombra: no dice “cómo”
reaccionar o “qué” ver en el interior de sus imágenes. Él no revela nada sobre
si mismo (aunque no hay que olvidar que cada producto artístico nos habla de su
creador); al contrario se sitúa como una presencia casi imperceptible,
deliberadamente disimulada detrás de los matices, del color, de la emoción que
se libera y que se vuelve universal, infinita, por si dependiente del
inagotable conjunto de percepciones de quien mira.
No es relevante preguntarse de cuáles cielos se trata, o bien, de
en cual momento de su vida el artista los ha fotografiado. Aquella nube
solitaria golpeada por un rayo de sol que la torna fluorescente en contraste
con el azul profundo del cielo; aquellos trazos azules que parecen agujeros
sobre un fondo rosado; aquella espuma que se parece a las olas del mar; o todavía
esos colores desvanecidos uno sobre el otro que sugieren epifanías de fantasmas
diáfanos… Todas estas imágenes se convierten en paradigma absoluto de un ‘no
lugar’ que, íntimamente impregnado de acronía, acoge a cada uno de nosotros,
nuestro silencio, nuestros pensamientos, todo nuestro ser. Un ser que, al mismo
tiempo, es y no es, es conciente y no lo es más, casi encantado, cautivado, en
un perpetuo juego recursivo de ausencia y persistencia.
— Nicoletta Consentino
http://www.massimilianolattanzi.com/ATHMOCHROMIAE